2 de marzo de 2010

Nota sobre Parteras Comuitarias en Pagina 12


Maneras de traer al mundo
Relegada y subestimada por instituciones que entienden al cuerpo como una máquina y al nacimiento como un evento necesitado de prolijidad e intervenciones, la figura de la partera está recuperando, poco a poco, algo del prestigio y la importancia que supo tener socialmente. La revalorización de su rol, de la mano de una comprensión más humana del parir, vuelve a descubrir los tiempos y las necesidades del cuerpo como un saber de mujeres, una ciencia con poco de exacta y mucho de intuitiva, hecha de cuidados, alimentada por la cercanía y la idea de que cada embarazo, cada parto, son únicos.
Por Luciana Peker


¿Te podés dejar de pajear?” La pregunta no era una pregunta, la mala palabra era más que una mala palabra, el reto era por perder tiempo y la referencia onanística era, en realidad, su antítesis. Si hacer el amor es una frase hecha para definir a una relación sexual en donde hay más que sexo, tal vez hacer el amor también pueda ser ayudar a nacer, en donde la sexualidad femenina está más abierta, pujante y vulnerable que nunca y esa mujer –la partera– que da la mano e irrumpe o impulsa su cuerpo puede ser clave para hacerla sentir valiente –empoderada dirían los manuales– o más, más, más vulnerada. Una partera que no quería ver sólo su reloj, su tiempo, su comodidad, sino que esperaba los tiempos de las mujeres que estaban por parir partidas por el rayo de la urgencia, pero, también, de la necesidad de sentirse poderosas para poder parir. “¿Te podés dejar de pajear?”, le impetaron en el Hospital Santojanni a Marina Lembo por esperar el tiempo de las mujeres que querían parir sin ser apuradas, vapuleadas, insultadas o tratadas como vallas a saltear en el parto a parto hospitalario.
Ella, licenciada en Obstetricia que –a diferencia del “dígame licenciado” que se hizo chiste y muletilla política– prefiere nombrarse partera en homenaje al conocimiento de las parteras ancestrales que todavía suben y bajan los cerros y los pueblos argentinos, creó junto a Sonia Cavia (técnica en comunicación y doula, otro tipo de acompañante femenina pre y post parto) Mujer Sabia Editoras. Allí, ya publicaron Partería espiritual (La naturaleza del nacimiento entre el amor y la ciencia), de Ina May Gaskin –fundadora del Centro de Partería de “La Granja”, en Estados Unidos– y los cuadernillos Ser parteras en el Siglo XXI, Posiciones en el parto y Periné: episiotomía y desgarro. También están por iniciar una Escuela de Parteras del Sigo XXI, en Villa General Belgrano, Córdoba. Mientras que, por otra parte, en Mar del Plata, del 10 al 13 de marzo de este año, se realizó el II Congreso Regional de las Américas de la Confederación Internacional de Parteras “Fortalezas y Desafíos de la Partería de las Américas”. Pero no son emprendimientos aislados, sino parte de la revalorización mundial del rol de las parteras, que celebran su día cada 5 de mayo a partir de 1992, y que también en la Argentina vienen empujado por un movimiento cada vez más importante a favor del mayor protagonismo de las mujeres en su propio parto. Jaqui Zieler, presidenta de la Fundación Creavida, define ese oficio hecho aliento, abrazo, palabra, calma o empuje: “La partera representa esa figura femenina, símbolo de la madre, del abrigo y la comprensión, eso que necesitamos para sentirnos seguras en el momento del parto”.
La partera Sandra Laporta empieza la entrevista agotada. No importa la agenda porque ella no tiene, no puede tener, según su manera de ponerle el cuerpo al oficio, una agenda pautada. Las pautas las dan las mamás y los bebés. Son las doce del mediodía y ella empezó a la una de la madrugada y terminó a las nueve y media de la mañana el parto de Máximo, en la casa –y con la colaboración conjunta– de Raquel Schallman, una partera autónoma e histórica en la Argentina. “La mamá tenía dilatación completa a las tres de la mañana pero nosotras esperamos”, explica. La espera en este tiempo sin tiempo parece ser la mayor diferencia entre una partera y el despacho en el que se han convertido los sanatorios y hospitales. “La virtud más grande para atender partos es saber esperar y saber intuitivamente cuándo intervenir. A veces me siento como un timonel. El barco anda solo, pero necesita pequeñas ayudas para navegar”, define Sandra. Suena poético, pero la mayoría de las palabras que dice la mayoría de las parteras durante los partos no tienen nada de poesía. “El parto es una escena incontrolable –resalta– y hay que tener paciencia y amor para hablarle bien a una mujer.” Todo lo contrario a lo que sucede en la mayoría de los nacimientos.
“Tuve a mi bebé en una clínica muy top y fue todo muy express. La partera me atendió como un delivery. Yo me partía del dolor y ella me decía ‘por favor no te quejes’ y hablaba por celular cuando la llegada de mi hija ya era inminente. También me chocaba que entre contracciones hablaban de cualquier otra cosa entre el anestesista, el obstetra y ella. Y eso que mi hija nació en un solo pujo y fue bárbaro. La felicidad fue tan enorme que al otro día hasta le agradecí”, cuenta Lucila, una publicista de 32 años.
En el actual sistema de salud las condiciones de hotelería y tecnología pueden cambiar –el ingreso del padre a la sala de partos también– pero muchas veces un hospital público y un sanatorio privado se parecen en el apuro, la despersonalización de la atención y el avasallamiento de los deseos de las mujeres. La Maternidad Sardá es emblemática de la sobredosis laboral con la que trabajan médicos/as y licenciadas en obstetricia. Elsa Andina, jefa de Tocoginecología de la Sardá, revaloriza, igualmente, el crecimiento del rol de las parteras: “La obstétrica en nuestra maternidad está integrada a la atención de la mujer que va a tener su niño pero además tiene otras funciones como la de desarrollar los cursos del parto sin temor, dar pautas de cuidado previo, durante y luego del parto, y consejería en salud reproductiva. Su formación la capacita para cuidar de la madre y el niño durante el trabajo de parto y contener a las madres y a sus parejas”.
¿Las parteras de una maternidad pública pueden atender con la suficiente dedicación y paciencia a las mujeres que van a parir?
–Nuestras parteras, efectivamente, tienen la capacidad humana y laboral necesaria para acompañar a las parturientas, aunque en esto interfiera el exceso de la demanda de una maternidad como la nuestra, que alcanza picos de 35 nacimientos diarios –enumera Andina.
Muchas veces parece que las demandas a favor del parto humanizado son una opción new age o un capricho neo hippie. Pero, en realidad –igual que la intimidad– los partos son una escena íntima, pero también una decisión pública. “Esto es una cuestión política y económica –enmarca Sandra Laporta–. Para los médicos la espera es perder tiempo porque el tiempo es oro según la ideología de productividad. En cambio, para nosotras, acá se juega una cuestión social y de salud pública”, subraya.
¿Qué alternativas hay? Por un lado, son cada vez más las mujeres que eligen parir en su casa (aunque no llegan a ser el uno por ciento de los partos) o en casas de parteras. Por otro lado, resurgen las casas de partos. Otras, hacen un trabajo de parto acompañadas por una profesional con afinidad y llegan al hospital a último momento. Pero, también, son cada vez más las que exigen los derechos que tienen –por ley– de poder elegir con quién estar acompañadas, la posición para parir o dar la teta apenas nace el bebé. Por eso, el parto natural no es un solo parto, sino que lo natural es que las mujeres puedan expresar y elegir según sus deseos cómo vivenciar el nacimiento de su hijo o hija.
Por eso, la elección no puede ser sólo entre un parto 100 por ciento natural o callarse y pujar. Jaqui Zieler apunta a modo de ejemplo: “Los partos humanizados se llaman así por la calidad de presencia y contacto y no por el ámbito donde sucedan. Yo estuve en una ‘cesárea humanizada’ en la maternidad más tecnológica de la ciudad, donde estábamos abrazados, cantando, riendo, escuchando una música hermosa. La mamá logró que le dejaran al bebé no bien nació y lo que allí sucedió entre ellos fue asombroso, aun para el equipo médico, que nunca había visto algo igual”.
Laura Gutman, autora de los libros La maternidad y la propia sombra y Puerperios y otras exploraciones del alma femenina también enmarca la posibilidad de la compañía de una partera amorosa en una clínica u hospital. “Las parteras que ejercen la función de ‘estar al lado’ de la parturienta, en las instituciones médicas, tienen que ocuparse de defender a la parturienta de las depredaciones en lugar de ocuparse del progreso del parto. Sin embargo, siempre es mejor que sea la partera y no la mujer en trabajo de parto quien defienda las fronteras. Toda contención, palabra de apoyo, acompañamiento amoroso, respeto por los tiempos personales, calidez, cuidado, compañía y servicio altruista que una verdadera partera esté en condiciones de prodigar a una parturienta va a redundar en beneficio del parto.”
Gutman también subraya, y subraya con esperanza: “La sistematización de los partos nos ha dejado a las mujeres completamente alejadas del acto de parir. Hemos pasado a ser parte de una maquinaria industrializada de nacimientos rápidos y quirúrgicos. La figura de la partera –de la verdadera y antigua acompañante de la mujer– va a regresar indefectiblemente porque las mujeres estamos empezando –muy lentamente– a recuperar nuestra identidad y nuestra fortaleza en la escena del parto”.
DERECHOS EN EL PARTO
La ley 25.929 de Derechos de Padres e Hijos durante el proceso de nacimiento, creada en noviembre del 2004, y de carácter obligatorio en toda la Argentina, tanto en instituciones públicas como privadas, establece que todas las mujeres tienen derecho a:
ser protagonistas de su parto
ser consideradas una persona sana
decidir lo que necesitan en cada momento
ser informadas de todo lo que ocurre
elegir con libertad una compañía de sus afectos
elegir la posición para parir
expresar sus emociones
efectuar los rituales que acostumbra su cultura
ser respetadas en su intimidad
Unicef revaloriza a las comadronas
”Llegado el momento del parto se prepara un catre o una cama con trapos limpios. La nogotolec loo le dice palabras suaves y cariñosas al oído y le dice que haga fuerza sin tocarla para nada hasta que le sale la cabeza del bebé. En ese momento se va masajeando y empujando la panza hacia abajo hasta que sale el bebé. Si se demora se le hacen caricias en la cabecita al niño pero nunca tratando de sacarlo”, contó una anciana partera toba de Miraflores sobre el rito de las palabras dulces como anestesia para el dolor de parir. Pero ese conocimiento ancestral no sólo fue despreciado, también fue condenado a la exclusión social. Por eso, en Juan José Castelli, en el Chaco, el 62,3 por ciento de la población tenía las necesidades básicas insatisfechas, la mortalidad infantil era del 48,6 por ciento y la mortalidad materna eran del 3 por ciento cuando Unicef decidió capacitar, en los ’90, a las comadronas ancestrales de la zona.
“Unicef ha procurado impulsar un proceso de cambio y no un mal comprendido ‘respeto hacia las prácticas tradicionales’ que se traduzca en un aval a la miseria y a la postergación de aquellos que fueron conquistados. Pero esto es muy distinto a los que niegan en bloque los saberes previos de las comunidades y procuran, lisa y llanamente, implantar un programa de adiestramiento de comadronas como meros apéndices, sin identidad propia, del sistema de salud. No hay que despojar a estas poblaciones de lo mejor de su herencia, de lo que tiene de valioso, para que puedan afirmar su identidad y crecer luego, como los árboles, recibiendo nuevos alimentos y nuevos estímulos”, escribió el antropólogo Marcelino Fontan en el libro De comadronas y de médicos... las cosas del nacer (trabajos interculturales en salud en El Impenetrable chaqueño), editado por Unicef.
El revolcón
Por Luciana Peker
Creo que ser mujer, periodista mujer, ser mujer y escribir, pensar, indagar sobre la igualdad de la mujer es un oficio que atraviesa el cuerpo y que habla a partir del cuerpo. A veces, es una ventaja sentir el latido de las palabras y las sensaciones. A veces, en cambio, la escritura desdibuja la propia imprenta personal. Creo tanto en el periodismo que pone en primera persona la virtud y virulencia con la que las mujeres todavía tenemos –o queremos, según las situaciones– que poner el cuerpo como en poner el cuerpo –a través de la palabra– para decir verdades. En la democracia plural de la palabra verdades (que no es la singularidad autoritaria de LA verdad).
Siento que hay verdades que fui descubriendo sobre el parto. No tengo duda de que la medicina moderna, que sincroniza pacientes como si contabilizara tantos, no tiene –ni quiere tener– el asombro, la paciencia y la amorosidad para envolver a las mujeres que quieren dar a luz sin que iluminar sea una metáfora. Pero, también, es cierto que no es tan sencillo, fácil, accesible, económico, plural, tener hijos de manera radicalmente distinta (en partos caseros, sin anestesia, sin relojes... casi sin medicina). Creo, claro, en la libertad y valentía de las que se atreven a resguardar su cuerpo de la trinchera hospitalaria. Pero, en tren de verdades, no todas –no yo– podemos ponerle el cuerpo a sacar el cuerpo de las salas de partos. “Yo no quiero que maten ballenas y no por eso soy activista de Greenpeace”, me dijo la obstetra e integrante de la ONG Dando a luz, Claudia Alonso. Como buena obstetra –de las que no abundan– me calmó. No se trata, volví a pensar, de elegir un parto natural o de no elegir nada. Se puede –se tiene que poder– elegir, al menos, qué elegir.
Yo elegí dar vueltas hasta que Uma ya flameara como un barrilete que no necesitara más ovillo. Yo elegí el ritual de los damascos de verano como último bocado entre ella y yo. Yo elegí caminar para danzarle el camino. Después, hubo otras cosas que eligieron los médicos y yo acepté. Yo elegí pedirles paz, buen trato y respeto. Y no elegí, porque a esa altura ya elegía ella, que Uma me revolcara por una oleada que parecía no tener fondo en donde la arena y la espuma se volvían huracán de deseo, dolor, desesperación. Me dijeron los médicos –Lucas Minig, joven y calmo, en el Hospital Italiano– que Uma pujaba por salir. Ella eligió el deseo. Y yo elegí mirarla. Ella eligió no llorar. Y yo llorar de amor por el revolcón de angustia y amor. Ella eligió ser valiente y yo elegí admirarla. Yo elegí abrazarla y ella comerme a besos.
Creo, con el cuerpo y con la palabra, y sin tinte ni tinta de valiente, que en el parto se puede elegir. Por lo menos, refugiarse en el aroma de los damascos para dejar salir.
De como abandonar lógicas masculinas de parir
”La experiencia del parto será recordada siempre por la mujer. Impacta sobre la percepción y sentimiento acerca de ella misma, sobre su bebé y el resto de su familia. Las mujeres con un nivel educativo, cultural y económico que supera las necesidades básicas suelen tener en la actualidad uno o dos niños. Si la experiencia del parto es devastadora, esto afectará, aunque ellas puedan no tener conciencia, la mayoría de sus vidas. Dar a luz puede ser una experiencia de éxtasis, milagro y poder para la mujer, pero también puede ser una pesadilla; la partera tiene en esto un rol central pues con sus recursos, habilidades y ánimo puede hacer de un trabajo de parto largo y displacentero una experiencia diferente y única”, enlazan Marina Lembo –licenciada en Obstetricia– y Sonia Cavia –técnica en comunicación y doula– en el libro Posiciones en el parto, de Mujeres Sabias Editoras, el sello que acaban de crear.
¿Por qué en una generación de mujeres independientes los deseos, dolores y tiempos de las mujeres en el parto parecen tener que ser silenciados?
Marina Lembo: –Por más que ahora trabajemos ocho horas, salgamos de casa y manejemos nuestro dinero, en el nacimiento sigue existiendo una actitud de sumisión. Las mujeres se animan a cuestionar hasta donde les da el cuero. El mundo del nacimiento siempre fue femenino, pero ahora está manejado por una forma de pensar masculina, incluso entre las médicas mujeres y las parteras que han sido corrompidas y están al servicio de la corporación médica y no de la mujer.
Ahora estamos frente a una revalorización de las parteras. Pero en muchos sanatorios y hospitales ellas son las que gritan, maltratan o desvalorizan a las parturientas...
M.L.: –Cuando las parteras somos nuestras propias jefas los resultados perinatales son mucho mejores que cuando somos la mano derecha de la institución médica.
Sonia Cavia: –Por eso, muchas licenciadas en Obstetricia empezaron a llamarse parteras como una manera de diferenciarse de este modelo intervencionista y revalorizar un rol ancestral, pero que ahora suma conocimientos científicos.
¿Cuál es la propuesta de la Escuela Autónoma de Parteras?
S.C.: –La escuela va a ser semipresencial (va a funcionar una vez por mes) y la idea es poder formar parteras comunitarias que acompañen a la mujer desde la concepción en una continuidad de cuidado hasta las seis semanas después del nacimiento.
La vuelta a los partos humanizados se está dando entre personas que pueden costearse una atención personalizada y que pertenecen a clases medias o altas...
S.C.: –La idea es justamente la contrario. Ojalá consigamos financiamiento para que sea una escuela pública y gratuita. Anhelamos que los nacimientos sean en hospitales sólo cuando hay una patología y que se abran casas de partos al alcance de todos en distintos lugares del país.
Este modelo funciona en un país como Holanda. ¿No puede ser peligroso en Argentina, donde una ambulancia puede tardar mucho en llegar?
M.L.: –Yo estuve trabajando en Tucumán y fuera de los centros urbanos los nacimientos se dan en las casas de las mujeres o en las unidades sanitarias. En los cerros conocí a una partera tradicional que estaba altamente preparada y no sabía ni leer ni escribir. Por eso, los partos en casa ya existen. La idea es que las parteras puedan formarse y ser proveedoras de salud.
S.C.: –Las parteras tienen que poder detectar embarazos de alto riesgo y derivarlos a hospitales. Por eso, la formación de parteras bajaría los índices de mortalidad infantil y mortalidad materna.
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Hecha la ley, hecha la ausencia
Por Soledad Vallejos
Es nuestra tradición que el texto cree, o intente modelar, los hechos. Como si hecha la ley, imaginado el mundo, la palabra en la legislación argentina tiene un dejo de esa omnipotencia bíblica (ese “y entonces dijo y creó”), ese será lo que se diga que deba ser o no será nada, y así. En la realidad, claro, eso podría traducirse como el divorcio más o menos acentuado entre lo que se dicta como normativa y lo que efectivamente termina sucediendo. Y como no podía ser de otra manera, ya que de alumbramientos hablamos, el gestar, el hacer nacer y el nacer mismo no se escapan a las generales de esta regla informal nuestra. A saber: desde 2004, Argentina cuenta con la “ley sobre parto humanizado” (Nº25.929); desde dos años antes, en la ciudad de Buenos Aires rige la “ley de acompañamiento en el trabajo de parto, nacimiento e internación” (Nº1040) y en algunas provincias existen disposiciones similares. En todos los casos, el objetivo es el mismo: que parir y nacer no se conviertan en episodios hipermedicalizados, que la mujer que va a parir no reciba atenciones dignas de una persona enferma, que el embarazo no se aborde como patología. ¿Sencillo? No tanto.
“La globalización, ¿cómo se ve lo que la medicina hace con los partos? En el poco acompañamiento que hay de la paciente. La paciente va un día a la maternidad, la atiende un médico, otro día la atiende otro y un tercer día un tercero. No hay responsabilidad personal, no está personalizada la relación con la paciente. Cuando llega el momento del parto, a la mujer la atiende el profesional que está en la guardia, que en general son tipos que están en otra cosa. ¿Por qué? Porque acompañar a una embarazada tiene que ver con el afecto, la empatía, con el conocimiento que va ganando el obstetra de su paciente a lo largo del seguimiento. Pero en lugar de eso, ella llega y se encuentra con que es todo una cuestión de desconocimiento, una situación en la que es difícil para ella abrirse. Y entonces todos los partos que podrían ser normales terminan siendo difíciles.” Eso plantea el neonatólogo y pediatra Alberto Grieco, un médico que tuvo por maestro al mítico Florencio Escardó, y que –amén de ser miembro “vitalicio” de la Sociedad Argentina de Pediatría y de la Asociación Americana de Pediatría– dice lo que dice al amparo no sólo de la experiencia de años de ejercicio profesional, sino también por lo que observa en campo. Vale decir que Grieco reviste en la Auditoría General de la Ciudad de Buenos Aires, en donde se especializa precisamente en supervisar el área materno-infantil de la salud pública porteña.
Las últimas estadísticas disponibles corresponden a 2005 (las de 2006 están siendo elaboradas) y son de lo más claras. En todo el sistema de salud, el promedio de cesáreas duplica al 15% recomendado por la OMS, cuando no lo supera por más: rondan el 40% en el hospital Rivadavia (que, por otro lado, no es el que mayor cantidad de partos atiende) en el extremo más elevado, el 30% en el Santojanni y la maternidad Sardá (donde se produce, por lejos, la mayor cantidad de nacimientos), caen al 17% en el Piñero. La ley garantiza un tratamiento “individual y personalizado” para lograr “intimidad durante todo el proceso asistencial”; también promueve el respeto de los “tiempos biológico y psicológico”, la no realización de “prácticas invasivas” y la compañía de la persona que la parturienta elija durante “el trabajo de parto, parto y posparto”. La disociación entre la buena voluntad legal y los resultados prácticos pareciera irreconciliable. ¿Dónde están los obstáculos, qué nombres ponerles?
Grieco explica que hay, en primer lugar, un problema estructural, y que es notable. La normativa del Ministerio de Salud, por ejemplo, impulsa la existencia de salas donde se desarrolle todo el ciclo completo (trabajo de parto, parto y puerperio) y que no implique desplazamiento de la mujer ni fragmentación de la atención médica. Pero a tres años de sancionada la ley, “estas salas sólo las tiene un hospital, el Fernández”. Aún más: “En el Santojanni, las salas de parto están divididas por una cortina, por lo cual las mujeres no tienen privacidad, ni la que está pariendo ni la que está esperando parir, y por eso mismo no dejan entrar acompañantes. En el hospital Alvarez también sucede algo parecido”. El diagnóstico, entonces, señala las falencias en el proceso mismo de creación y aplicación: “Se hicieron leyes correctas, pero no los relevamientos necesarios para poner los servicios en condiciones, para hacer las cosas que se tienen que hacer en estos casos... Y en el sistema privado no andamos distinto”.
Otro escollo nada despreciable, y seguramente más complicado de transformar, tiene que ver pura y exclusivamente con los recursos humanos, con la generación de una mirada diferente sobre lo tradicional. Digamos: otra concepción del poder, de las mujeres y del ejercicio profesional mismo. “Actualmente es un mundo frío, en el que predominan prácticas violentas, aun cuando no son necesarias. A la vez, la partera es como una sirvienta del obstetra: hace todo el sostenimiento del parto y la paciente ella sola, el obstetra sólo aparece cuando el chico está saliendo, a pesar de que el obstetra en los hospitales está las 24 horas. A eso se suma que, en el sistema público, ningún servicio de salud mental trabaja en tándem con obstetricia, a pesar de que se promueve el trabajo interdisciplinario. Quiero decir: no se trabaja en prevención”.
El círculo se cierra cuando los problemas acaban donde han comenzado: si las falencias de una ley impecable están en un funcionamiento que no se previó ni evaluó (como si el sistema acabara de nacer, como si nada, ni una historia, ni una estructura, lo precediera), la solución también, o al menos su posibilidad. Hay que sentarse –reflexiona Grieco–, y diagramar la salud va a costar pero va a tener que llegar algún día.las12@pagina12.com.ar
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